Elogio del sufrimiento, por Miguel Ángel Domenech

Desde hace algún tiempo el rey y su hijo nos vienen acostumbrando a repartir elogios del sufrimiento. La primera vez que lo mencionó el rey fue semanas antes de irse a cazar y no precisamente quimeras; la segunda ha sido recientemente en el curso de la suntuosa cena de 10 platos que le fue ofrecido en el palacio presidencial de Nueva Delhi. El niño real vuelve, recientemente, al dar su premio Príncipe de Asturias, a recordar la necesidad de un meritorio enfoque positivo ante la adversidad, dando cada uno “lo mejor de sí mismo”. Se reiteran últimamente las felicitaciones de ambos por el esfuerzo conjunto y el ánimo positivo de los que padecen y al mismo tiempo hacen elogio del sufrimiento. Sufrimiento. No de otra manera puede llamarse las congratulaciones y exaltaciones con lo que califican los sacrificios que hacen los españoles. Porque con mayor propiedad debe llamarse sufrimiento el dolor no soportado voluntariamente. Sacrificio sería la acción abnegada y voluntaria que se emprende soportando algo que merece esfuerzo mientras que sufrimiento seria el padecimiento impuesto. 
  Los casi seis millones de españoles sin trabajo no están haciendo ningún sacrificio por ninguna meta que lo merezca, están sufriendo por las decisiones de otros que les han despedido. Los ocho millones de españoles que ya van llegando por debajo del umbral de la pobreza no están realizando ningún sacrificio digno de elogio, sino sufriendo una injusticia intolerable. Los 1.700.000 hogares españoles en los que todos sus miembros están en paro, no solo no están ofreciendo “lo mejor de sí mismo” sino que recomendárselo es una macabra y cruel broma principesca. Ninguno está aportando nada al interés general -como rezan los oficiantes reales-, sino que están pagando la torpeza, la codicia y la ceguera de los responsables del abaratamiento del despido, de las vías de ajuste del gasto publico y recorte social, de los despidos en la Administración, del pinchazo de los desorbitados beneficios especulativos inmobiliarios, del rescate con fondos públicos de la deuda privada obtenida por la inepcia y ambición de los responsables financieros y empresarios enriquecidos. Están pagando los paraísos fiscales exonerados y fraudulentos de los millonarios españoles. 
  Aunque en otro sentido, sí tienen razón tanto el papá como su hijo cuando utilizan con tantos positividad y entusiasmo como crueldad la palabra “sacrificio”. En efecto, el sacrificio es el acto religioso de ofrenda de algo a una deidad en señal de homenaje o sumisión seguida de la destrucción de la ofrenda. En gran parte de las religiones, ese “algo” suele ser “alguien”, es decir un humano. En el caso que ocupa a la familia real, se trata del sacrificio de millones de vidas humanas al dios del capital, a los dioses del poder oligárquico que acumula riqueza y regido por la religión de la desigualad. En la liturgia que ofician los discursos de la familia real, el latín empleado llama a ese sacrificio humano: ”adecuar el mercado laboral a las necesidades actuales”- como expresamente dijo al final de los ¡diez platos! el rey en su discurso ante empresarios en la India. 
  Dado que constitucionalmente, el rey no tiene poder (potestas), parece como si lo quisiera compensar con un pretendido uso de autoridad (auctoritas). Debe de ser del prestigio moral de su ejemplar forma de vida muy oportunamente semejante en sufrimiento o sacrificio a la del meritorio pueblo al que se cree autorizado a aconsejar. Como el hijo no tiene ni aquello ni esto, ni potestas ni auctoritas, -ni tiene porque tenerlas pues la Constitución no le menciona sino como hijo de su papá- debe esforzarse en construírsela y va por buen camino, poniéndose ejemplarmente él como “espejo de súbditos”. 
  De esta manera, como ejemplo de que “cada uno debe de dar lo mejor de sí mismo”, el real hijo se puso en el discursito de concesión del Premio Principe de Asturias como ejemplo, él mismo, en su profesión de “heredero de la Corona”, que cumplía sus responsabilidades con entusiasmo. (¡Para chulo yo…!) 
  ¡A ver si aprendéis a llevar vuestras responsabilidades con esfuerzo , vosotros, los parados, los asalariados de miseria, los que os aprovecháis de los 400 euros del abuelo refugiándoos en casa de vuestros padres..., ”herederos del capitalismo”!

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