La ciencia social que soñaba con ser exacta, por Pablo García Rubio

"Un economista es en experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy"(Laurence Peter) 
Para quienes no sepan lo que es una ciencia social y qué la diferencia de una ciencia natural, se lo vamos a explicar en un momento: Las ciencias llamadas naturales son aquellas que estudian la naturaleza, con un riguroso método que permite los experimentos controlados en laboratorios (empirismo). Ciencias tales como las matemáticas, la biología o la física. Una ciencia social en cambio es aquella que estudia las cosas que hace la sociedad, lo que hacen las personas, con un método que, evidentemente, no puede ser empírico. 
  Al menos esta es la conclusión a la que llegaron quienes a ellas se dedicaban durante la modernidad, ese periodo de efervescencia científica tan denostado hoy por “antiguo” –fíjense la paradoja, lo moderno antiguo- en virtud de la posmodernidad, que pretende ser algo así como el colmo de lo actual, lo más chic del momento, despreciando todo lo anterior. O en eso parece haber degenerado. 
  Bien, decía que, durante la modernidad, la historia, la antropología, la sociología, la psicología, la geografía… y la economía, se convirtieron en ciencias de lo social. Sí, también la economía, tras mucho debate, llegó a erigirse en ciencia social. Sí, porque estudiaba un asunto que afecta a la sociedad, que es la economía. Sin sociedad no hay economía, por muchas matemáticas que usen. Así que, con su método propio, no empírico, como todas las ciencias sociales, consiguió ser reconocida como ciencia social.
  Sin embargo las ciencias sociales tienen un problema, a pesar de ser ciencias: que como no tienen método empírico no existen leyes generales desde las que inducir consecuencias. Entonces, lo que existen son construcciones ideológicas desde las que se interpreta la realidad para inducir esas consecuencias. En realidad el objetivo final es jugar a ser adivinos, pero partiendo de un sesudo y racional análisis de la realidad.
  El marxismo es la ideología más influyente que ha dominado estas ciencias. Y probablemente lo sea porque ha sido la ideología de partida de las mejores interpretaciones sociales en todas ellas. La que ha generado los debates más intensos, y más esclarecedores en todas ellas. En economía también, por supuesto. Tan importante fue el marxismo en economía que, si bien los países occidentales no aplicaron nunca sus soluciones económicas, al menos sí que apostaron por un modelo de economía que llamaron “mixto”. Se trataba de aplicar algunas de las soluciones de carácter social, de protección social para los desfavorecidos, cuyo promotor fue Keynes, y que la socialdemocracia europea asumió para sí como proyecto económico. Es lo que se llamó el “Estado de bienestar”.
  Pero como ya todos sabemos, un día apareció la posmodernidad, con su relativismo puro, derribando ideologías, metarrelatos y paradigmas modernos. En otros ámbitos se llevaron el palo otros relatos. Pero en ciencias sociales, como paradigma dominante, el palo más gordo se lo llevó el marxismo. No digo que acabase con él, evidentemente. Pero la posmodernidad, erigida en nuevo paradigma –otra vez la contradicción, hay que fastidiarse- hizo que se cuestionaran muchas cosas, incluidos los más válidos análisis de la realidad.
  En economía (como en casi todo) el asunto toma un cariz diferente desde el momento en que cae el muro de Berlín. Ahí los grandes relatos occidentales eran el Keynesiano y el de la Escuela de Chicago, dirigido por Milton Friedman, que consiste en renunciar a cualquier intervención del Estado en la economía. Es decir, renunciar a los servicios públicos y el Estado de Bienestar. Estos preceptos económicos ya los adoptaron Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los años 80. Se les llamó neoliberalismo. Y lejos de ser castigados por la posmodernidad, con la desaparición de la URSS fueron encumbrados como los más válidos.
  Esto es lógico si tenemos en cuenta que la posmodernidad establece que la gente será pragmática y tan sólo se fijará en si le va bien económicamente o no. Y como el mundo occidental iba bien económicamente y era el mundo marxista el que se estaba desintegrando, pues las ideas neoliberales quedaron como paradigma hegemónico dentro de la ciencia económica. La fuerza del keynesianismo era el miedo al marxismo, así que Keynes también salió mal parado del asunto. Dado que dejó de haber oposición a la ideología neoliberal dentro de la economía, fue fácil convertir el neoliberalismo en ley fundamental de la economía. Y a partir de ahí extraer las conclusiones que fueran necesarias en esta ciencia. Así se parecía mucho más a una ciencia natural que a una ciencia social. Los preceptos neoliberales se convierten en ley indiscutible, y sólo a partir de ellos podemos inducir soluciones correctas para los posibles problemas económicos que aparezcan. La ciencia económica se eleva en los altares de la posmodernidad hasta el punto de que muchos economistas piensan que no son científicos sociales, sino científicos naturales. El sueño de ser una ciencia exacta, matemática, iba tomando forma.
  Pero la realidad es tozuda. Quiero decir, que es la que es. Y resulta que el neoliberalismo se ha equivocado en todo lo que ha predicho, en todas las soluciones que ha aportado. Lo fácil ahora sería decir eso de que “de aquellos barros estos lodos”. La verdad es que para muestra un botón: el Perú de la corrupción institucionalizada con Fujimori, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil… algunos con presidentes socialdemócratas, endeudándose una y otra vez para afrontar la privatización de los servicios sociales (muy recomendables los artículos de Vicenç Navarro a este respecto). En Argentina la situación derivó en el tristemente famoso “corralito”. Parece un tópico manido e impertinente, pero es así: los ricos más ricos y los pobres más pobres. Aquí con el agravante de que los recursos naturales de estos países eran explotados por multinacionales que no dejaban beneficios a la población local. En definitiva, lo mismo que nos pasa ahora en España y en Europa, que nos aplican las fórmulas neoliberales desde el FMI y la UE y cada vez estamos más arruinados.
  Sin embargo, el ejemplo latinoamericano nos marca el camino: han rescatado el marxismo. ¡Qué leche, nunca lo dejaron morir! Y ahora se dedican a caminar hacia el socialismo. Por caminos distintos, eso sí, cada uno a su manera, y con más o menos éxito. Pero hay varias premisas comunes: nacionalización de empresas para frenar el expolio, gestión pública de los recursos por consiguiente; educación pública; servicios públicos; sanidad pública… En definitiva, control público de la economía.  
 Porque en economía, como en todo, sigue habiendo alternativas. Sigue existiendo un modelo económico diferente, basado en ideas diferentes. Ideas marxistas, quizás. Ideas modernas.

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