Un clásico: Las revoluciones no se aprenden en la escuela, por Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo escribió Huelga de masas, partido y sindicatos, texto del que hemos seleccionado algunos pasajes, en 1906. En Huelga de masas..., Luxemburgo realiza un análisis de la revolución rusa de 1905-06 dirigido a la clase trabajadora alemana y las organizaciones socialdemocrátas, es decir, marxistas, de ese país. Muchos temas importantes se cruzan por sus páginas, nuestra selección apunta principalmente a la presentación que Rosa Luxemburgo hace de los periodos revolucionarios como momentos complejos, ingobernables, en los que las multitudes proletarias despliegan toda su creatividad organizativa, su diversidad táctica dentro de una forma general y su potencia emancipadora.
 
 
La revolución rusa nos enseña que la huelga de masas ni se «fabrica» artificialmente ni se «decreta» o «propaga» en un espacio inmaterial y abstracto, sino que es un fenómeno histórico que surge en determinados momentos de las mismas circunstancias sociales y con una necesidad histórica...

Es el proletariado el que debe derrocar al absolutismo en Rusia. Pero el proletariado tiene necesidad para eso de un alto grado de educación política, de conciencia de clase y de organización. No puede aprender todo esto en los folletos o en los panfletos, sino que esta educación debe ser adquirida en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso de la revolución en marcha... 
 
La historia se burla de los burócratas enamorados de los esquemas prefabricados, guardianes celosos de la prosperidad de los sindicatos alemanes. Las organizaciones sólidas, concebidas como fortalezas inexpugnables, y cuya existencia hay que asegurar antes de soñar eventualmente con emprender una hipotética huelga de masas en Alemania, han salido por el contrario en Rusia de la misma huelga de masas. Y mientras los guardianes celosos de los sindicatos alemanes temen ante todo ver romperse en mil pedazos esas organizaciones, como una preciosa porcelana en medio del torbellino revolucionario, la revolución rusa nos presenta un cuadro totalmente diferente: lo que emerge de los torbellinos, de las tempestades, de las llamas y de la hoguera de las huelgas de masas, como Afrodita surgiendo de la espuma del mar, son... los sindicatos nuevos y jóvenes, vigorosos y ardientes... En el curso mismo de los acontecimientos, la masa de los trabajadores aprendió a valorar la importancia de la organización y comprendió que podía crear por sí sola las organizaciones que necesita...
 
La huelga de masas tal como nos la muestra la revolución rusa es un fenómeno tan fluido que refleja en sí todas las fases de la lucha política y económica, todos los estadios y todos los momentos de la revolución. Su campo de aplicación, su fuerza de acción, los factores de su desencadenamiento, se transforman de continuo. Repentinamente abre perspectivas nuevas a la revolución en un momento en que ésta parecía encaminarse hacia un estancamiento. Y se niega a funcionar en el momento en que se creía poder contar con ella con toda seguridad. A veces la ola del movimiento invade todo el Imperio, a veces se divide en una red infinita de pequeños arroyos; a veces brota del suelo como una fuente viva, a veces se pierde dentro de la tierra, Huelgas económicas y políticas, huelgas de masas y huelgas parciales, huelgas de demostración o de combate, huelgas generales que afectan a sectores particulares o a ciudades enteras, luchas reivindicativas pacíficas o batallas callejeras, combate de barricas: todas estas formas de lucha se entrecruzan o se rozan, se atraviesan o desbordan una sobre la otra; es un océano de fenómenos eternamente nuevos y fluctuantes. Y la ley del movimiento de esos fenómenos aparece claramente: no reside en la huelga de masas en sí misma, en sus particularidades técnicas, sino en la relación de las fuerzas políticas y sociales de la revolución. La huelga de masas es simplemente la forma que adopta la lucha revolucionaria y toda desnivelación en la relación de las fuerzas en lucha, en el desarrollo del partido y la división de las clases, en la posición de la contrarrevolución, influye inmediatamente sobre la acción de la huelga a través de mil caminos invisibles e incontrolables. Sin embargo, la acción de la huelga en sí misma no se detiene prácticamente ni un solo instante. No hace más que revestir otras formas, modificar su extensión, sus objetivos, sus efectos. Es el pulso vivo de la revolución y al mismo tiempo su motor más poderoso. En una palabra, la huelga de masas, tal como nos la ofrece la revolución rusa, no es un medio ingenioso inventado para reforzar la lucha proletaria; representa el movimiento mismo de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en el curso de la revolución...
 
Solamente en la tempestad revolucionaria cada lucha parcial entre el capital y el trabajo adquiere las dimensiones de una explosión general. En Alemania se asiste todos los años, todos los días, a los conflictos más violentos, más brutales entre los obreros y los patronos, sin que la lucha supere los límites de la rama de industria, de la ciudad e incluso de la fábrica en cuestión. El despido de obreros organizados como en San Petersburgo, la desocupación como en Bakú, reivindicaciones salariales como en Odesa, luchas por el derecho de asociación como en Moscú: todo esto se produce diariamente en Alemania. Pero ninguno de esos incidentes da lugar a una acción de clase común. E incluso si esos conflictos se extienden hasta convertirse en huelgas de masas con carácter netamente político no desembocan en una explosión general. La huelga general de los ferroviarios holandeses que a pesar de las simpatías ardientes que suscitó se extinguió en medio de la inmovilidad absoluta del conjunto del proletariado, nos proporciona un ejemplo aleccionador de ello.

A la inversa, sólo en un periodo revolucionario, cuando los fundamentos sociales y las barreras que separan a las clases sociales están quebrantados, cualquier acción política del proletariado puede arrancar de la indiferencia en pocas horas a las capas populares que habían permanecido hasta entonces apartadas, lo que se manifiesta naturalmente, a través de una batalla económica tumultuosa. Súbitamente electrizados por la acción política, los obreros reaccionan de inmediato en el campo que les es más próximo: se sublevan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de revuelta, que es la lucha política, les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económicas. Mientras que en Alemania la lucha política más violenta, la campaña electoral o los debates parlamentarios a propósito de las tarifas aduaneras, no tienen mas que una importancia mínima sobre el curso de la intensidad de las luchas reivindicativas que se llevan a cabo al mismo tiempo, en Rusia toda acción del proletariado se manifiesta inmediatamente por una extensión e intensificación de la lucha económica...
 
Si la huelga de masas no significa un acto aislado, sino todo un periodo de la lucha de clases, si este periodo se confunde con el periodo revolucionario, es evidente que no se puede desencadenar arbitrariamente, aunque la decisión emane de las instancias supremas del más poderoso de los partidos socialistas. Mientras no esté al alcance de la social-democracia el poner en marcha o anular las revoluciones a su gusto, ni siquiera el entusiasmo y la impaciencia más fogosa de las tropas socialistas serán suficientes para crear un verdadero periodo de huelga general como movimiento popular potente y vivo. La audacia de la dirección del partido y la disciplina de los obreros pueden lograr sin duda organizar una manifestación única y de corta duración... Pero estas manifestaciones se parecen a un verdadero periodo revolucionario de huelgas de masas tanto como unas maniobras navales realizadas en un puerto extranjero, cuando las relaciones diplomáticas son tensas, se parecen a una guerra. Una huelga de masas nacida simplemente de la disciplina y del entusiasmo desempeñará en el mejor de los casos sólo el papel de un síntoma de la combatividad de los trabajadores, después del cual la situación retornará a la apacible rutina cotidiana. Ciertamente, incluso durante la revolución, las huelgas no caen del cielo. Es necesario que, de una y otra manera, sean realizadas por los obreros. La resolución y la decisión de la clase obrera desempeñará también un papel y es menester precisar que tanto la iniciativa como la dirección de las operaciones ulteriores incumben muy naturalmente a la parte más esclarecida y mejor organizada del proletariado: la socialdemocracia. Pero esta iniciativa y esta dirección sólo se aplican a la ejecución de tal o cual acción aislada, de tal o cual huelga de masas, cuando el periodo revolucionario está ya en curso, y las más de las veces, esto ocurre en el interior de una ciudad dada... Por otra parte, la iniciativa y la dirección de las operaciones tienen sus límites determinados. Precisamente durante la revolución es en extremo difícil para un organismo dirigente del movimiento obrero prevenir y calcular la ocasión y los factores que pueden desencadenar o no explosiones. Tomar la iniciativa y la dirección de las operaciones no consiste aquí tampoco en dar arbitrariamente órdenes, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación y en mantener el contacto más estrecho con la moral de las masas. El elemento espontáneo, según ya vimos, desempeña un gran papel en todas las huelgas de masas en Rusia, ya sea como elemento impulsor, ya sea como freno. Pero esto es así, no porque en Rusia la socialdemocracia sea aún joven y débil, sino por el hecho de que cada operación particular es el resultado de una tal infinidad de factores económicos, políticos, sociales, generales y locales, materiales y psicológicos, que ninguno de ellos puede definirse ni calcularse como un ejemplo aritmético. Incluso si el proletariado, con la socialdemocracia a la cabeza, desempeña un papel dirigente, la revolución no es una maniobra del proletariado, sino una batalla que se desarrolla cuando todos los fundamentos sociales crujen, se desmoronan y se desplazan incesantemente. Si el elemento espontáneo desempeña un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso sea «insuficientemente educado», sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela.

Por otra parte, comprobamos que en Rusia, esta revolución que hace tan difícil a la socialdemocracia conquistar la dirección de la huelga y que tan pronto se la arranca, como tan pronto le ofrece la batuta de director de orquesta, resuelve por el contrario precisamente todas las dificultades de la huelga, esas dificultades que el esquema teórico, tal como es discutido en Alemania, considera como la preocupación principal de la dirección: el problema del «aprovisionamiento», de los «gastos», de los «sacrificios materiales». Indudablemente no los resuelve de la misma forma en que se solucionan, lápiz en mano, en el curso de una apacible conferencia secreta, mantenida por las instancias superiores del movimiento obrero. El «arreglo» de todos esos problemas se resumen en lo siguiente: la revolución hace entrar en escena masas populares tan inmensas que toda tentativa de regular por adelantado o estimar los gastos del movimiento –tal como se hace la estimación de los gastos de un proceso civil– aparece como una empresa desesperada. Es verdad que en la propia Rusia los organismos directivos tratan de sostener, con sus mejores medios, a las víctimas del combate. De este modo, por ejemplo, el Partido ayudó durante semanas a las valerosas víctimas del gigantesco lock-out que tuvo lugar en San Petersburgo, después de la campaña por la jornada de ocho horas. Pero en el inmenso balance de la revolución esto equivale a una gota de agua en el mar. En el momento en que comienza un periodo de huelgas de masas de gran envergadura, todas las previsiones y cálculos de gastos son tan vanos como la pretensión de vaciar el océano con un vaso. En efecto, el precio que paga la masa proletaria por toda revolución es un océano de privaciones y de sufrimientos terribles. Un periodo revolucionario resuelve esta dificultad, en apariencia insoluble, desencadenando en la masa una suma tal de idealismo que la vuelve insensible a los sufrimientos más agudos. No se puede hacer ni la revolución ni la huelga de masas con la psicología de un sindicalista que sólo consentiría en detener el trabajo el 1 de mayo con la condición de poder contar con precisión con un subsidio determinado por adelantado en caso de ser despedido. Pero en la tempestad revolucionaria el proletariado, el padre de familia prudente, se transforma en un «revolucionario romántico» para el cual el bien supremo mismo –la vida– y con mayor razón el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de lucha. En consecuencia, si es verdad que el periodo revolucionario se encarga de la dirección de la huelga, en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de la carga de los gastos, no es menos cierto que, en un sentido completamente diferente, la dirección de la huelga de masas corresponde a la socialdemocracia y a sus organismos directivos. En lugar de plantearse el problema de la técnica y del mecanismo de la huelga de masas en un periodo revolucionario, la socialdemocracia está llamada a asumir la dirección política. La tarea de «dirección» más importante en el periodo de la huelga de masas consiste en dar la consigna de la lucha, en orientar, en regular la táctica de la lucha política de manera tal, que en cada fase y en cada instante del combate, sea realizada y movilizada la totalidad del poder del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla, y que este poder se exprese por la posición del Partido en la lucha; es necesario que la táctica de la socialdemocracia nunca se encuentre, en lo que respecta a la energía y a la precisión, por debajo del nivel de la relación de las fuerzas en acción, sino que por el contrario sobrepase ese nivel; en tal caso dicha dirección política se transformará automáticamente, en cierta medida, en dirección técnica. Una táctica socialista consecuente, resuelta, avanzada, provoca en las masas un sentimiento de seguridad, de confianza, de combatividad; una táctica vacilante, débil, fundada en una sobreestimación de las fuerzas del proletariado, paraliza y desorienta a las masas. En el primer caso, las huelgas estallan «espontáneamente» y siempre «en el momento oportuno»; en el segundo caso, será inútil que el partido llame directamente a la huelga. Todo será en vano. La revolución rusa nos ofrece ejemplos que hablan de uno y del otro caso...
 
La sobreestimación o la falsa apreciación del papel de la organización en la lucha de clases del proletariado está vinculada generalmente a una subestimación de la masa de los proletarios desorganizados y de su madurez política. Sólo en un periodo revolucionario, en medio de la efervescencia de las grandes luchas tumultuosas de clase es donde se manifiesta el papel educador de la evolución rápida del capitalismo y de la influencia socialista sobre las amplias capas populares; en tiempos normales las estadísticas de las organizaciones o incluso las estadísticas electorales, sólo dan una idea extremadamente pobre de esta influencia. 
 
Hemos visto que en Rusia, desde hace más o menos dos años, el menor conflicto limitado de los obreros con la patronal, la menor brutalidad por parte de las autoridades gubernamentales locales, pueden engendrar inmediatamente una acción general del proletariado. Todo el mundo se da cuenta de éllo y lo encuentra normal, porque en Rusia precisamente está «la revolución». ¿Pero, qué se quiere decir con esto? Se quiere decir que el sentimiento, el instinto de clase es tan vivo en el proletariado ruso que todo problema parcial que afecte a un grupo restringido de obreros le concierne directamente como un problema general, como un asunto de clase, y reacciona inmediatamente en su conjunto. Mientras que en Alemania, en Francia, en Italia, en Holanda, los conflictos sindicales más violentos no dan lugar a ninguna acción general del proletariado –ni siquiera de su núcleo organizado–, en Rusia, el menor incidente desencadena una tempestad violenta. Pero esto sólo significa una cosa: por paradójico que pueda parecer, el instinto de clase de proletariado ruso, muy joven, no educado, poco esclarecido y aún menos organizado, es infinitamente más vigoroso que el de la clase obrera organizada, educada y esclarecida de Alemania, o de cualquier otro país de Europa Occidental. Esto no es para ponerlo en la cuenta de no se qué virtud del «Oriente joven y virgen», por oposición con el «Occidente podrido», sino que se trata muy simplemente del resultado de la acción revolucionaria directa de las masas. En el obrero alemán esclarecido la conciencia de clase inculcada por la socialdemocracia es una conciencia teórica, latente: en el periodo de la dominación del parlamentarismo burgués no tiene, en general, ocasión de manifestarse por una acción de masas directa; es la suma ideal de las cuatrocientas acciones paralelas de las circunscripciones durante la lucha electoral, de los numerosos conflictos económicos parciales, etc. En la revolución, donde la propia masa aparece en la escena política, la conciencia de clase se vuelve conciencia práctica y activa. De este modo, un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa «educación» que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no pueden dar artificialmente al proletariado alemán.
 
Fotografía: fotograma de la película La huelga de S. Eisenstein

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