Tomamos prestado de nuestra revista hermana Youkali. Revista crítica de las artes y el pensamiento (www.youkali.net) este clásico y su introducción. La traducción es de Juan Pedro García del Campo.
Continuamente
se nos pregunta qué entendemos por el término proletarios, esa palabra
con la que designamos a la inmensa mayoría de los franceses. "Había
proletarios en Roma -nos dicen-, pero en nuestros días ya no existen. Bajo el
reinado de Louis-Philippe los franceses son iguales ante la ley".
Ese
es el lenguaje de los periódicos comprados. Quizá es hasta inútil decirlo,
porque cualquiera se daría cuenta de inmediato. Este tipo de cosas sólo pueden
escribirlas plumas venales.
¿Los
franceses son iguales ante la ley, decís? ¿Y, qué diferencia decís entonces que
hay entre los obreros franceses y los proletarios romanos?
Los
proletarios romanos regaban con su sangre los campos de batalla donde
orgullosos patricios acababan de conquistar los honores del triunfo. En tiempos
de paz, les eran impuestos los trabajos más duros: atravesaban o aplanaban
montañas, cambiaban el curso de los ríos, excavaron puertos; y a cambio de
tantos sudores y de tantas fatigas, recibieron los desprecios y los malos
tratos de los aristócratas de Roma. Ningún derecho político para ellos en
compensación de los servicios prestados a la patria; eran tachados de la lista
de los hombres y reducidos al nivel de las bestias.
Damos
el nombre de proletarios a los obreros y a los campesinos franceses
porque no vemos ninguna diferencia entre su condición y la condición de los
proletarios romanos, porque soportan todas las cargas de la sociedad sin gozar
de ninguna de sus ventajas.
Os
atrevéis a decir que los franceses son iguales ante la ley, pues ved entonces
la insolente riqueza que hace recaer sobre el pobre un despotismo agobiante,
ved ese puñado de ricos, cebados de privilegios y monopolios, que se han puesto
en el lugar de los nobles y los curas para explotar al pueblo; ved a ese
pueblo, lleno de virtudes y de generosidad, que arrastra su miserable vida
cargada de sufrimientos y privaciones y que trabaja diez horas al día para
comer un pedazo de pan.
¿Los
franceses son iguales ante la ley? Pero la ley, tal como la han hecho los
actuales dominadores, es exclusivamente para el beneficio del rico y para la
desventaja del pobre; es hostil al pobre. ¿La ley? Es una espada que se levanta
sin cesar para golpear sobre cualquiera que no aloje su mole fastuosa en un
magnífico palacio, que no devore para cenar veinte platos suculentos.
¿Los
franceses son iguales ante la ley? Pero ¿por qué entonces de un total de
treinta y tres millones de individuos sólo cien mil están en posesión de sus
derechos políticos y existen como hombres y como ciudadanos mientras que el
resto de los franceses está encerrado como un vil rebaño? ¿Por qué entonces
sólo los ricos ejercen las funciones de jurados, de electores, de diputados,
mientras que los pobres (y están en una proporción de cien contra uno frente a
los ricos) sólo son buenos para mantener a los poseedores y para hacerse matar
en la frontera para defender propiedades que no son suyas y a hombres que les
hacen llevar un yugo insoportable?
En
vano se querría negar un hecho cuya evidencia es tan palpable; en vano se nos
querría persuadir de que la igualdad reina entre nosotros. Hay en Francia dos
naciones: la de los privilegiados y la de los no-privilegiados; a estos últimos
les llamamos proletarios. Son verdaderos proletarios, es decir, seres que sólo
tienen de hombre el rostro y cuya condición es mil veces peor que la de los
animales, porque el animal al menos no tiene nada de racional: el proletario,
al contrario, está dotado de una razón que le da el sentimiento de su dignidad,
que le hace comprender que es igual que el amo que le explota y que le humilla,
y que la naturaleza le ha creado para ser igual que su semejante y no para
rebajarse ante él.
Además
¿no han reconocido nuestros adversarios que efectivamente hay dos naciones en
Francia desde el momento en que han lanzado un largo grito de terror por el
aspecto de las masas sublevadas para pedir el pan?
Hay
que acordarse de ese famoso artículo del diario de Debates en el que los
obreros franceses eran tratados como bárbaros; donde se decía que el
enemigo que más debe temer hoy la civilización no saldrá de las estepas de
Tartaria sino que será vomitado por los talleres y las fábricas. Pero nosotros
sabemos que nuestros antagonistas, los ricos, identifican su causa con la causa
de la civilización y que cuando ponen en juego la civilización están en juego,
con ella, sus intereses y su individualidad. Para ellos, la civilización es el
orden de cosas actual, el reino de la corrupción y del egoísmo, el régimen de
la aristocracia financiera; por ellos, las masas son víctimas de la miseria y
de la desesperación y un puñado de ricos se revuelca en un lujo totalmente
superfluo.
Vosotros
mismos reconocéis que en Francia hay dos tipos distintos de intereses: los
intereses de las masas, de los pretendidos bárbaros, de los proletarios, y
los intereses de eso que llamáis la civilización, es decir, vuestros propios
intereses, los intereses de la riqueza, de la ociosidad y del orgullo. Pues
bien, con eso es precisamente con lo que queremos acabar predicando la
república, porque la república será esencialmente el reino de la igualdad y del
derecho común.
Igualdad,
derecho común, esas dos expresiones resumen todos nuestros proyectos de mejoras
y de reforma social. Para nosotros, la república no es un fin sino solamente un
medio. La igualdad es nuestro fin; si queremos destruir la monarquía es porque
es incompatible con ella.
Proletarios que sufrís y que hacéis oír
inútiles quejas: sólo la república, la igualdad, puede poner fin a vuestros
sufrimientos. La república os librará de los vampiros que se alimentan de
vuestra substancia, de los opresores que usurpan vuestros derechos y que os
dictan sus soberbias voluntades. La república abolirá todas las leyes fiscales
que pesan sobre el consumo y sobre los objetos de primera necesidad, y no sólo no
se apoyará en la necesidad del pobre para mantener el lujo del rico, sino que
proveerá a la subsistencia de todos los que no puedan ganarse la vida
trabajando. La república será la providencia de los infortunados, sólo tendrá
un peso y una medida, abatirá a los grandes, sacará a flote a los débiles.
La
república hará desaparecer la distinción entre privilegiados y proletarios. Ese
es el mayor servicio que prestará a la humanidad.
Proletarios,
toda vuestra esperanza está en la república. Si lo dudáis sólo tenéis que
comparar los males con que os aplasta la monarquía con los bienes que os
promete la república. Comparad vuestros dolores presentes, la sumisión en la
que vivís, las innumerables privaciones a las que estáis abocados, y ese futuro
de libertad y de bienestar del que la república será señal y aurora.
Fuente: www.youkali.net
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