Os metéis la beneficencia..., por Maite Aldaz


Hace unos días encontré una noticia con este titular en una publicación en Internet. Intrigada por el título comencé a leerla. Enseguida me llamó la atención que el titular no parecía corresponderse con la forma en la que estaba redactado el contenido, ni con el contenido mismo. Pero, sí, sí que guardaba relación. En esta noticia se reproducían y cuestionaban las declaraciones de un obispo de la Iglesia católica en relación a los suicidios provocados por los desahucios. Este “buen hombre” quería “aclarar” las cosas para que no nos lleváramos a engaño. Los suicidios, en su opinión, nada, o muy poco, tienen que ver con los desahucios. La verdadera causa de los suicidios no es otra que la “pérdida de los valores familiares”. Ay que ver, pensé, estos no desaprovechan ocasión. 
  Pero, claro, el hecho de que unas declaraciones de este tipo se hagan públicas con tal desparpajo, seguí pensando, indica también que en nuestro imaginario social se están introduciendo mensajes muy reaccionarios que van adquiriendo condición de normalidad a golpe de telediario, serie de televisión y/o anuncio publicitario. 
  A lo largo del pasado mes de diciembre, incluso en noviembre, paseando por las calles de Cuenca, yendo a los centros de salud de la ciudad, a los supermercados, o a las bibliotecas he encontrado diferentes modalidades de carteles, anuncios, indicaciones, peticiones, etc. para recoger alimentos, hacer trabajos de voluntariado, o recoger juguetes para niños y niñas. Las juventudes de la formación política municipal mayoritaria, incluso anunciaban su presencia en la calle central comercial de la ciudad para recoger juguetes y alimentos. Algo parecido hicieron las juventudes de la oposición. He visto lustrosas fotografías de concejalas, junto a miembros de organizaciones no gubernamentales y voluntarios en las portadas de la prensa local. Fotografías y vídeos de empresarios, de políticos, de alcaldes, agradeciendo la recogida de alimentos para “los necesitados”. Y esto me ha llevado a preguntarme ¿Necesitados de qué?, ¿qué es lo que necesitan/necesitamos “los necesitados”? 
  Para mí la cosa está bastante clara. Yo, como “necesitada”, lo que necesito y defiendo es mi, y la de cualquiera, independencia económica. No necesito beneficencia. Es más la beneficencia no sólo es una ofensa en toda regla para cualquier persona, sino que además contribuye activamente a la reproducción de la desigualdad social. Y voy a explicar por qué. 
  La beneficencia nos hace a “los necesitados” dependientes. Dependientes de aquellos a quienes les sobra y nos quieran dar alguna de las migajas que tiran a la basura, sea en forma de juguete, de alimento, o de trabajo. 
  A las personas no nos gusta mendigar. Nos gusta disfrutar de nuestra independencia, nos gusta poner en práctica nuestras capacidades para contribuir a mejorar en lo que podamos la sociedad en la que vivimos. Nos gusta saber que dependemos unas de otras pero no de manera jerárquica, sino horizontalmente. Nos gusta saber que podemos encontrar un trabajo sin tener que trepar, pisando al de al lado o sin tener que “bailarle el agua a nadie”, sea a personas con poder e influencias en las empresas, en la política, en la universidad o en la Iglesia. 
  Cuando va más allá del socorro a una situación de emergencia, la beneficencia es indignante porque lo que reproduce es una relación de desigualdad y dependencia extrema en la que aquellos que más tienen (sea dinero, contactos, influencias o bienes), “los benefactores”, siguen acumulando cuanto más mejor a costa de los que tienen menos. Y además, pueden hacerse tomar fotografías para adornar su imagen pública. Esto por no hablar de los beneficios fiscales que comporta. 
  En el escenario actual, el cambio de la constitución hizo posible que el Estado español diese el dinero público, el de todos y todas, a los bancos, es decir, justamente a quienes nos han llevado a esta ruinosa situación. Mientras las personas, cada vez en mayor número, nos vamos convirtiendo en “necesitadas”. La sanidad se privatiza, y ¿quiénes se enriquecen y a quienes empobrece esta privatización? Lo mismo ocurre con la educación, ¿cuántos profesores y profesoras están sin trabajo?, ¿cuántos opositores y opositoras han perdido el derecho conseguir un trabajo digno? ¿Cuántas familias están pasando necesidades?, ¿cuántas familias están en la calle? ¿Cuántos y cuantas trabajadoras en paro o en precario? 
  Poner la beneficencia en valor es un mensaje altamente reaccionario y particularmente indignante para quienes nos encontramos en una situación económica precaria. Es un mensaje con una larga tradición en este país que no hace muchos años salió de una penosa dictadura. Y es un mensaje que no podemos permitirnos incorporar a nuestra normalidad cotidiana. 
  El amor propio, la dignidad y el respeto que nos debemos como personas tiene que dirigirse a que hagamos lo posible por cambiar esta situación, a que exijamos una auditoría de la deuda, a que exijamos que se clarifique quienes son los que nos están estafando y a que paguen por ello. No queremos beneficencia, queremos simplemente lo que nos pertenece como seres humanos: nuestros derechos sociales. 
  Es hora de que los “necesitados” nos organicemos, de que a su expolio y su beneficencia verticales opongamos nuestra solidaridad horizontal. Así como ha surgido la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) para luchar contra los desahucios o las plataformas en defensa de los servicios públicos, es hora de que afloren las asambleas de trabajadores y trabajadoras en paro y en precario como afectadas de primer orden por el expolio social, con su voz, sus reivindicaciones y sus acciones propias. 

Maite Aldaz.



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