Pitos Reales, por Pedro Peinado

  El pasado domingo se celebró la final de la copa de baloncesto en Vitoria. Justo, se anunciaba la entrada en el palco del Jefe del Estado, cuando el pabellón le dedicó una sonora pitada. El locutor no hizo comentario alguno de lo que sucedía. Durante el descanso del partido, hubo un segundo incidente. Recibía el rechazo del público el Ministro de Tauromaquia. Entregaba el trofeo al equipo infantil del Real Madrid ganador de la versión mini de la Copa del Rey. El abucheo anegaba las voces de los locutores. Rápido, el conducente de la retransmisión dijo algo así como que los niños se iban a acostumbrar rápido al recibimiento de una afición rival, queriendo desviar la atención del espectador y vincular los silbidos, no a su receptor real, Wert, sino a los pequeños madridistas, con un claro objetivo de desinformar de lo que sucedía a un palmo de sus narices. Durante la retransmisión no hubo comentario alguno sobre los dos sucesos. ¿Es periodista aquel que se inhibe de informarnos de lo que sucede y que cobra del erario público? 
  Los silbidos producidos vendrían a demostrarnos que hay una parte de españoles que no sienten como suyos ni los símbolos ni la monarquía -algunos dirán que hay españoles que no se sienten españoles, pero una cosa es sentirse español y otra serlo-. En el pasado, el himno y la bicolor representaron, con algún leve matiz, a la dictadura, por otro lado, estos rechazos suelen producirse en territorios con un profundo sentimiento nacionalista no español. Era predecible, pero se quiso aprovechar esa paradójica reconciliación a la fuerza, para que todos aceptáramos esos símbolos, con gran generosidad de los que se habían enfrentado con mayor tesón en contra de la dictadura, padeciendo cárcel, tortura y muerte, haciendo borrón y cuenta nueva en aras del futuro. El que hoy vivimos. La crisis abierta en la Casa Real debida a la conducta del monarca y la de su yerno, la primera familia de España se está acostumbrando a ser recibida con contestación en muchas de sus presencias públicas, situación inimaginable hace diez años. 
  Los motivos principales para el mantenimiento de los símbolos patrios eran impuestos por el ejército y determinados sectores de la derecha predemocrática. El himno era la Marcha Real y los colores de la bandera, además, de ser los de la dictadura, habían sido los tradicionales de la monarquía hasta la llegada de la II República. Las alternativas eran si o si. Podría haberse acordado la utilización de una nueva bandera y un nuevo himno diferentes a todos. Pero quiso mantenerse la tradición y ésta, en muchas ocasiones, duele o le da suficientes argumentos a los contrarios para reafirmarse. 
  La Copa del Rey sustituyó como denominación a la Copa del Generalísimo, otro error. Debería haberse denominado lo que es, Copa de España y realizar su entrega al cargo electo que representa la soberanía. Ahora, estamos pagando, con la respuesta del público, ese afán, no sólo ya de la corona, sino de la corte panoli que la rodea, de perpetuar la figura del Rey con excesivo protagonismo, casi heroico, tanto por el papel desarrollado durante la transición, como por la relación del monarca y su descendencia con el deporte. Si antes le silbaban al monarca cuatro disconformes, ahora, se produce un recrecimiento y se unen a los silbidos los que no aprueban la conducta moral de su majestad, ni las andanzas empresariales de su yerno. Y todo ello, en una profunda crisis, donde al público se le concede una ocasión irrenunciable para mostrar su hastío por la situación donde se unen privilegios, corrupción, opacidad y un mal ir las cosas que genera estas erupciones de bilis. 
  Es decir, ya no nos podemos sustraer a que las pitadas son responsabilidad de los márgenes políticos, como decía Cañamero, no somos de la extrema de ná, somos de la extrema necesidad ¿Hubiera sucedido lo mismo de haberse celebrado el acontecimiento en una capital diferente a la vasca? Lo más probable es que no hubiera existido tanta unanimidad, es decir, que personas que no se hubieran atrevido hace unos años, pitarían al rey. La pitada contra el himno o la bandera sería minúscula pues en otros territorios goza de la aceptación general, pero, como ocurrió en Asturias, en los premios que llevan el nombre del Príncipe, hubieron de extremarse los cordones de seguridad para alejar a los manifestantes del centro de la escena, aún y así, las gaitas no pudieron frenar la escandalera. Y Oviedo no es Vitoria. 
  Estamos ante una crisis institucional, no solo repercutida por la situación económica, sino por algo más profundo y es por el descubrimiento de que los responsables del actual sistema político y económico predican lo contrario de lo que hacen. Escándalo, esto es un escándalo. Se están aumentando las asimetrías sociales de una manera radical y desconocida hasta este momento, delicado. Uno de los indicadores más certero de esta debilidad institucional es la iniciativa independentista catalana. ¿Alguien, sensato, podría predecir los cambios acontecidos en el partido de Artur Mas para que pasara de un posicionamiento ambiguo sobre la independencia a ser el partido que se erige con esa marca reservada hasta la fecha a ERC y la CUP? ¿Cuándo la derecha catalana fue independentista? Sí, es cierto, entre los militantes convergentes se hablaba abiertamente de soberanismo, pero no ante sus electores. Y, de ahí, los resultados de las últimas elecciones catalanas. 
  Lo extraño, no es que el personal, en una final deportiva, un suceso festivo al fin y al cabo, muestre su rechazo a las instituciones del estado. Lo extraño es que no suceda un motín nada más juntarse seis millones de parados. El pueblo, en general, está que arde y las instituciones del estado, en todos sus niveles y sus responsables, no le dan esperanzas con sus medidas, ni con sus comportamientos y arrepentimientos tardíos, al contrario, soliviantan los ánimos de los que tantos sacrificios realizamos para llegar a fin de mes. Se ha llegado a una relajación moral y ética en las altas esferas, tan alejada de las necesidades de las personas, que damos vergüenza en el mundo. Nuestro presidente anda más ocupado con los confetis que con la prima de riesgo. Ese abuso de las prebendas que el pueblo español ha entregado a sus gobernantes y el exceso del nepotismo del que se ha hecho gala durante las últimas décadas, generan malestar. La Transición se desploma, como lo hace la niebla que disipada nos permite ver la realidad de las cosas. La transición es esa niebla que el aprovechado ha utilizado como coartada para sustraernos libertad, enriquecerse y asegurarse de que no le descubriéramos cuando nos daba un garrotazo. Nada de un cuento de hadas donde los españoles nos reconciliábamos con nuestro pasado, a última hora, la transición ha sido la manera de perpetuar el franquismo sociológico y político. 
  El problema ya no es por qué protesta el público. Hay tantos motivos. El hecho principal es la generalización de la protesta y si el actual sistema es capaz de gestionar la propia crisis que ha creado y que pagamos todos. Ya no es cosa de pocos. Y, si no, que le pregunten a Cospedal que anda por el que imagina su reino acompañada de un desfile de la guardia civil cada vez que visita un pueblo. 
  Y esto, no lo cambia una regeneración, ni una restauración, ni la mejora del déficit presupuestario. 

Pedro Peinado. Serranía de Cuenca. 11 de febrero de 2013. 


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